Cuando se habla de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación (I+D+I en siglas, que yo escribo todas en mayúsculas) es frecuente confundir fines, medios y responsabilidades. La última moda parece que es exigir que los grupos que investigan en Universidades y Centros de I+D, sean rentables. Es decir, que pretende que su investigación se financie con créditos públicos, que los resultados de la misma se implementen en el mercado rápidamente y que los beneficios de su comercialización sirvan para devolver los créditos y para refinanciar esos grupos. También parece que se echa de menos que las empresas investiguen más, es decir, que inviertan recursos en descubrir nuevos conocimientos. El límite caricaturesco de esas aspiraciones sería pretender que las empresas produjeran premios Nobel y que un grupo universitario estuviera entre los 10 primeros puestos en el ranking de la actividad económica de un país. Ciertamente, esto no es imposible, pero es altamente improbable. Lo contrario desgraciadamente es más frecuente. Es decir, que los investigadores universitarios en su afán por la supervivencia económica de sus grupos, descuiden sus tareas investigadoras y que las empresas, confundiendo lo que es un Departamento Técnico o de Proyectos, con un Departamento de innovación, se consideren autosuficientes y menosprecien u obvien el contacto con el mundo de la I+D real.
El ciclo de las ideas en la I+D+I
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